domingo, 16 de septiembre de 2012

La tienda de los artilugios: 1


Entré por la puerta con un ruidillo de campanitas esperándome en el umbral. A pasos cortos me dirigí entre los pasillos de estanterías, hasta divisar el alto mostrador tras el cual estaba ella, observando su reino desde las alturas.
Llevaba el pelo azul, corto, cortito, ondeando a su alrededor. Su sonrisa se curvaba en su cara, a penas una línea fina y sonrosada. Las pecas rodeaban la baja cuenca de sus ojos. Los tenía grandes y ligeramente separados, dándole apariencia de pequeña alienígena… y azules, muy, muy azules. Esos ojos lo miraban todo. Escrutaban cada rincón de la habitación con movimientos rápidos y espasmódicos, ordenando mentalmente su inventario. Pero sólo sus ojos, lo cual resultaba un tanto inquietante a sabiendas de que el resto de su cuerpo estaba tranquilo y relajado.

Entonces su mirada se posó sobre la mía y noté un pequeño escalofrío. Su sonrisa se ensanchó.
- Bienvenido – me dijo inclinando ligeramente hacia un lado la cabeza – tenemos de todo. ¿Qué buscas? – me preguntó.
Desvié la mirada sobresaltado, era a ella a quién buscaba, pero claro, no le podía decir eso. Mi mirada trastabilló hasta el estante más cercano y me encontré de cara con un hurón disecado al que le brillaban sospechosamente los ojos. Los pies dieron un salto y mi corazón un vuelco.
- Jijiji – dejó escapar ella, sonriendo cantarina – no pareces estar muy al tanto de lo que vendemos. Negué con la cabeza avergonzado – Vamos a ver. Deja al hurón en paz o le pondrás nervioso.
Dirigí mi mirada hacia ella para no seguir mirando al extraño animal que comenzaba a expulsar volutas de humo de su cabeza. Con dos saltitos descendió desde su alto mostrador por dos escalones laterales, descubriéndome en realidad su estatura. Y aunque fuese mucho más alto que ella, me sentía desgarbado al lado de su fluidez confiada.

- Hmm – murmuró dando vueltas a mi alrededor mientras me miraba de arriba abajo – no buscas artículos de magia, ni tampoco hechizos simples – y dicho esto unos sencillos pergaminos de colores que habían estado inclinándose desde sus estantes volvieron a su sitio con un suspiro de decepción. Me dio tanta pena que me los habría comprado – no te dejes ablandar, no hace falta que adquieras algo que no necesitas – dijo ella adivinando mis pensamientos – tampoco buscas juegos de tecnología avanzada... la gameinglayer3200, que vuelva a su sitio, este cliente no es tuyo – espetó a algo que se movía entre las sombras a sus espaldas, mientras sus ojos temblaron ligeramente y su cuerpo seguía dando vueltas alrededor del mío. Mi mirada no podía apartarse del aparato que volvía cabizbajo a su sitio, casi como si tuviese los hombros caídos, de haberlos tenido. Un estrambótico bichejo de metal con todas las luces apagadas y las placas solares desenchufadas, llevaba tiempo queriendo ser comprado – ni ciencia avanzada, ni salud – dijo ella imperturbable, recorriendo con una de sus uñas mi espalda, mientras seguía dando vueltas lentas a mi alrededor. Se me puso el bello de punta – todas las constantes vitales normales, todos los reflejos activos, ninguna alteración genética previa, ninguna adaptación artificial ni extensiones tecnológicas. Ni una brizna de magia oscura. No estás perdido así que no necesitas mapas estelares. No buscas información, tampoco armas psudobiológicas. Eres un chico… de lo más normal. Ni si quiera parece que tengas aspiraciones a adquirir mis productos. Creo que lo mejor que te puedo vender… es comida – concluyó con una sonrisa amplia. Abrí los párpados mucho dejando escapar mi perplejidad. Mi estómago apoyó la moción con un sonoro gruñido que me tiñó las mejillas de roja vergüenza. Ella sonrió y varios objetos de la tienda crujieron divertidos. Incluso la gameinglayer3200 soltó un suspiro en su estante. Tres aspas pasaron volando curiosas por encima de nuestras cabezas mientras una pelota de colorines volaba en los márgenes de su sección.
- Vaya, parece que a mi tienda le gustas. Será porque eres genuino – sonrió – no sabes cómo me llamo ¿o sí?

Asentí: claro que lo sabía.
- Te llamas Mieru, se que en una de las variantes del japonés antigüo significaba mirada – ella parpadeó complacida, moviendo sus ojos claros alternativamente de mi ojo izquierdo a mi ojo derecho.
- Veo que estás informado – dijo asintiendo levemente – te mereces un pastel de aguacates blandos con ciruelas, y ¡oh! Quizás me queden especias de manila, le quedarán bien – dijo adaptando una actitud hiperactiva poco propia de la tranquila chica azul, mientras se movía entre los estantes recogiendo cosas sin sentido y yo la seguía detrás, aturdido. En esas estábamos, recorriendo unas estanterías abarrotadas de plumas que me hacían cosquillas intencionadas al pasar, y de haditas pequeñas de la electricidad, cuando sin previo aviso torció a la derecha, se subió de un par de saltitos detrás de su mostrador, y se internó en la trastienda. No supe muy bien si seguirla o no, hasta que su pelambrera azul volvió a emerger y sus ojos me buscaron interrogantes:
- ¿Es que no vienes?
No hizo falta más, desde luego.


Continuará, por supuesto, aunque no se muy bien como, ni si seré capaz de finalizarla...