Acaba el sonido pero sigue la fiesta, la noche es larga y a todo se presta. Sales, caminas, te clavas espinas, te ríes, las quitas, vuelves y vomitas, palabras bonitas: a la Luna bella que ilumina la acera; a unas gotas de lluvia que calan entera tu hermosa pechera; al paraguas bendito; al recuerdo del mito; a las notas traviesas, que vuelven contigo, para zanjar la espera, de bruscas maneras, y llevarse consigo el silencio prohibido.
Y entrar corriendo, gritando, aplaudiendo, silbando, el aire animando con frases de aliento. Todos en posición, público ansioso, y ellos empiezan, algo escrupulosos. Una sola nota, que se modula, luego una flauta, que llega oportuna. Y flautines, pianos, violines y violas, suaves cantantes, sutiles clarines, estilo definen, delicias entonan. Sube el volumen y un contrabajo, trombones, tambores, timbales y platos. Platillos, pedales, cencerros, cimbales. Los músicos tronan como animales, ya casi cañones, están que se salen. Pitan tus oídos. Agenciarse tapones, o ir pensando en un buen sonotone. Pero que no paren, que sigan, que sigan. Tocando y tronando, al espacio aullando y respeto sembrando. El de su público, que se lo merecen, lo merecen tanto, orquestas queridas plagadas de encanto, que si quedara, sin oído nuestra vida, recordando estaríamos vuestra maestría, el último y corto, de los más largos días. Ellos siguen y sieguen, entre bambalinas, se turnan, se cambian, se ríen, se animan. Llegan hasta arriba, a sus celestiales y merecidos pedestales, y sin pretensiones, vuelven y bajan, creyéndo que son simples mortales. Aplausos y aplausos. Sonríen y hacen reverencias, mientras les gritamos nuestras últimas gracias, se retiran despacio entre alabanzas. Buenas noches, el baile termina, volveremos a veros otro gran día. A soñar nos vamos con maravillas, las de vuestros instrumentos: su melodiosa risa. ¡Largas y plenas sean vuestras vidas!