miércoles, 12 de diciembre de 2012

Game over


Hay un gran vacío debajo de mí, el aire caliente y enfermizo me separa del fondo. Llevo mucho tiempo cayendo, pero ya va quedando menos, la cuenta atrás de mi vida está llegando al cero.

Lo sé desde que el médico salió de su consulta personalmente para llamarme. Desde el momento en que vi su mirada después de los análisis, supe que algo malo me pasaba. Algo que, me decían sus ojos, no se podía curar, ni mucho menos extirpar sin dejar mi vida en el proceso.

Y desde que lo sé caigo, caigo en este vacío, aunque esté rodeado de cosas. Pero no me va a doler porque cuando llegue al fondo ya me habré desintegrado, el cáncer se habrá comido mi cuerpo. O más bien mi cerebro. No se ni quiero saber los detalles, sólo sé que no me duele. Mi dolor se pasa con un simple paracetamol, este estúpido cáncer cobarde ni siquiera es capaz de hacerse notar. Hasta que mi cerebro no pueda más, claro. Y entonces moriré, simplemente moriré. Me queda menos, cada vez menos, y lo único que siento es cada vez más sueño. La muerte me alcanzará dormido y ni siquiera me enteraré de la hostia que me daré contra el suelo, cuando el enorme agujero en el que caigo llegue a su fin.

Y entonces, entonces seré un héroe. Alguien que luchó hasta el final contra algo que no se puede combatir, a pesar de que yo lo único que he hecho ha sido tener la mala suerte de conocer mi fecha de caducidad.

En mis sueños veo el fondo de ácido apestoso, justo al final del agujero, veo fugazmente la gente que hay a mi alrededor, sorprendida y permanentemente asustada porque caigo sin remedio, veo la ciudad, la belleza y la fealdad, la mugre, y lo veo rápido y medio dormido, porque ya no me queda mucho más. Hasta que el reloj llegue a cero, y como en mis juegos favoritos cuando el personaje se muere, se lo que parpadeará por un momento en mi cerebro antes de apagarse para siempre: fin de la partida.



Falta el dibujo que acompaña  este relato... sigue inacabado