Comienza. No te produzca vergüenza.
Habla. Habla con tu pared, habla con el campo, con la mañana, con la
luz de la tarde. Y ahora dime qué se siente al hablar sola. Qué
sensación te produce sincerarte sabiendo que sólo tú te estás
escuchando, que estás aislada de los demás; que tu vida, es solo
tuya. Que todas tus barreras se han derrumbado. Que no te importa lo
que digas, porque podrás perdonarte por cualquier cosa que sientas.
Qué sientes al saber lo que de verdad quieres. Al dejar fluir tus
pensamientos hacia fuera, sin detenerlos, sin avergonzarte de los
convencimientos de tu alma. Analizando con palabras lo que tu mente
siempre expresa en circunloquios, sin llegar nunca a decirte qué es
(o sin que tú la hayas dejado hacerlo antes). Qué se siente cuando
dejas de estar confundida. Lo que sabes que estaba oculto en algún
lado, pero que nunca te quisiste reconocer a ti misma. Tus metas, las
metas de tu alma, afloran a la luz. La terapia de la palabra hablada
te alcanza. Tus ojos vislumbran tu futuro, y tu entidad, tu esencia,
evalúa las posibilidades. Y claras como la luz de la Luna se
iluminan las cosas que siempre quisiste hacer. Se resuelven las dudas
existenciales con las que siempre te topabas. Tu vida adquiere
sentido, y comprendes qué es lo que te va a hacer feliz, qué es lo
que tienes que hacer. Pero dejas de hablar... y las verdades vuelven
a esconderse tras un telón que tú misma tejiste. Por eso, no dejes
de hablar sola. Hasta que un día seas capaz de decirle al mundo, lo
que ahora sólo te puedes confesar a ti misma en voz muy bajita.
miércoles, 3 de junio de 2015
Caliza
Todo el mundo tiene una piedrecita con la que tropezarse de vez en cuando. A la que ven llegar de lejos. Mientras la ven acercarse con cada paso que dan, se dicen a sí mismos: "esta vez la rodeo". Y cuando llega el momento, en lugar de rodearla se topiezan con ella. A base de tropezarse uno se hace amigo de la piedra. Con el tiempo puedes incluso llegar a comprender por qué la piedra estaba ahí puesta en primer lugar.