Debía
de encontrarse en alguna de las lunas de Quantos, pero ese dichoso planeta en
concreto presumía nada menos que de mil cuarenta y tres cuerpos orbitando a su alrededor,
de los cuales acertaba a saberse el nombre de veinte, a lo sumo. Y no: no se
encontraba en ninguno de esos veinte. En sus bancos de memoria no aparecía
ningún satélite de tales características. Bosques frondosos, más altos de lo
que permitían las leyes impuestas por la Asociación Genética; tierra
seca y quebradiza recubierta de agujeros llenos de agua clara… agua que no
impregnaba la tierra de alrededor... tierra muerta, en la que sin embargo crecían árboles
monstruosos. Aquel bosque era como un espejismo sobre una luna sin vida. El clima
no tenía sentido, como si el satélite se resistiese con todas sus fuerzas a que
las plantas alteradas le contagiasen su verdor. La propia agua se acumulaba en
la superficie, en charcos circulares perfectos, en lugar de impregnarse en la corteza
del satélite.
Lo que
uno aprendía (de las pocas cosas que se podía aprender) sobre Quantos, en sus
días en la Academia Interestatal, es que dicho planeta, único habitante gigante
del sistema de Petra, presume de mil cuarenta y tres cuerpos que gravitan a su alrededor.
Ni uno solo de ellos alberga atisbos de contener o haber contenido vida, ni por
supuesto de encontrarse en condiciones de desarrollarla. Entonces ¿qué demonios
pintaba ese satélite girando entorno a Quantos? Cheshire analizó los parámetros
que podía recordar del análisis, información de antes de que fuerzas
desconocidas descompusiesen totalmente su nave. Según los datos el lugar
debería estar congelado, a menos treinta grados Fahrenheit, no había
posibilidades de conseguir más temperatura dada la poca luz de Petra que le
llegaba al satélite. Y el calor no podía provenir del núcleo, más frío y muerto
que un fruto seco. El aire era respirable, hecho impensable en un satélite
Quantiano, y las plantas desconocidas, lo cual sólo desconcertaba más a
Cheshire.
Dejó de
cavilar. Sabía que Ofiuco la acabaría encontrando, era imposible no rastrear su
nave. La energía simpática que cargaban desde que habían salido de la Estación
dejaba una huella espaciotemporal demasiado perceptible como para no
apreciarla. Ofiuco sabría encontrarla. Claro que esperaba que su “mente
privilegiada” no concluyese que tenía que bajar a salvarla. Si su nave
principal se descomponía como lo había hecho la auxiliar... podían tirarse allí
semanas tratando de levantar una nave de 18.000 gigakilos sólo con energía
simpática. Un juego muy divertido.
Debía
sin embargo ponérselo fácil. Fuese lo que fuese aquello que había estropeado
los sistemas de su nave, no había surtido efecto en su sistema biotecnológico
integrado. El hardware podría haber sido afectado, pero seguía
retroalimentándose de la energía simpática del cuerpo de Cheshire y no había
dado señales de error. Conectaría su sistema a un amplificador de onda y
esperaría a que Ofiuco se acercase para mandarle un mensaje con instrucciones.
Utilizarían un teletransporte. Él ya debía estar cerca, y ella quería salir de
allí cuanto antes.
Nota: no, no es ciencia ficción, sólo son sandeces, una detrás de la otra.
¡Llévense las manos a la cabeza, queridos científicos!.
¡Llévense las manos a la cabeza, queridos científicos!.