miércoles, 12 de diciembre de 2012

Game over


Hay un gran vacío debajo de mí, el aire caliente y enfermizo me separa del fondo. Llevo mucho tiempo cayendo, pero ya va quedando menos, la cuenta atrás de mi vida está llegando al cero.

Lo sé desde que el médico salió de su consulta personalmente para llamarme. Desde el momento en que vi su mirada después de los análisis, supe que algo malo me pasaba. Algo que, me decían sus ojos, no se podía curar, ni mucho menos extirpar sin dejar mi vida en el proceso.

Y desde que lo sé caigo, caigo en este vacío, aunque esté rodeado de cosas. Pero no me va a doler porque cuando llegue al fondo ya me habré desintegrado, el cáncer se habrá comido mi cuerpo. O más bien mi cerebro. No se ni quiero saber los detalles, sólo sé que no me duele. Mi dolor se pasa con un simple paracetamol, este estúpido cáncer cobarde ni siquiera es capaz de hacerse notar. Hasta que mi cerebro no pueda más, claro. Y entonces moriré, simplemente moriré. Me queda menos, cada vez menos, y lo único que siento es cada vez más sueño. La muerte me alcanzará dormido y ni siquiera me enteraré de la hostia que me daré contra el suelo, cuando el enorme agujero en el que caigo llegue a su fin.

Y entonces, entonces seré un héroe. Alguien que luchó hasta el final contra algo que no se puede combatir, a pesar de que yo lo único que he hecho ha sido tener la mala suerte de conocer mi fecha de caducidad.

En mis sueños veo el fondo de ácido apestoso, justo al final del agujero, veo fugazmente la gente que hay a mi alrededor, sorprendida y permanentemente asustada porque caigo sin remedio, veo la ciudad, la belleza y la fealdad, la mugre, y lo veo rápido y medio dormido, porque ya no me queda mucho más. Hasta que el reloj llegue a cero, y como en mis juegos favoritos cuando el personaje se muere, se lo que parpadeará por un momento en mi cerebro antes de apagarse para siempre: fin de la partida.



Falta el dibujo que acompaña  este relato... sigue inacabado
jueves, 22 de noviembre de 2012

Antes de irse a dormir


Vamos a contar un cuento. El cuento de una ranita verde.

Un día la rana verde se durmió en su estanque, y empezó a soñar. Soñó que era una mujer alta y fuerte, con aires de princesa y andares de pato, elegantes en su torpeza. Se encaminaba hacia el otro lado del estanque, a recoger dalias sonrosadas. De repente se pisó la gran barba blanca que le acababa de crecer, así que debía de haber dejado de ser princesa, y de ser mujer. Empuñó una rama caída, y empleándola como bastón, llegó quejumbrosa hasta las dalias, que se inclinaban hacia ella, ofreciéndole su aroma. Aspiró, y, henchida de felicidad, ascendió por los cielos como un gran globo de helio.

Cuando se despertó era de color azul, y se asustó. Y al dormirse al día siguiente y soñar con el sol, despertó amarilla. Fue de color rosa soñando con algodones de azúcar, y cuando por fin, desesperada de tanto cambio, soñó con tréboles y recuperó su color habitual, se prometió a sí misma que nunca más volvería a soñar, por miedo a perder su apariencia.

Y desde entonces la ranita no volvió a dormir en el estanque, nunca más tuvo un sueño hermoso, y nunca más fue feliz, por miedo a serlo.
martes, 30 de octubre de 2012

El camino del samurái


¿Cómo es olvidar a alguien importante?

Es una mierda. Es como aprender una carrera nueva desde cero. No, mejor.
Es como un reto... como el camino del samurái.

¿Sí?

Sí. Somos samuráis, somos chicas increíbles que tropiezan y se caen en un agujero, y a pesar de ser hondo y oscuro ascendemos. Y caemos, y volvemos a subir, hasta que logramos salir. Y cuando salimos, magulladas pero vivas, nos hemos convertido en samuráis experimentadas. Miramos al hoyo desde arriba, fuertes y orgullosas, y nos reímos, nos reímos muy alto porque le hemos vencido.  

También se nos da muy bien ir mirando el cielo, omnubiladas, y por muy buenas samuráis que nos hayamos convertido, invariablemente casi todas acabamos cayendo en otro agujero, por no mirar dónde pisamos. Y tropezamos con sus trampas, una y otra vez. Igual que ellos tropiezan con las nuestras.
jueves, 18 de octubre de 2012

La noche de Merlín


Todas las estrellas estaban rojas. Pretendían llamar la atención sobre los hados de la noche, pero ellos, cegados durante el día por la crueldad del sol, no podían ver nada (ni podrían) hasta bien entrada la medianoche.
Merlín se paseaba entre los juncos acuáticos, observando sus bosques de lámparas de aceite. Mejor que no cayesen sobre el agua del río, mejor que ninguno contaminase el agua pura derramando sus esencias de olivo y almendra. Por eso Merlín caminaba con mucho cuidado, esquivando las lamparitas sobre su cabeza, y acariciando la verde vegetación con sus pies descalzos.
Y allí en el cielo, por fin, las estrellas dejaron de relucir rojas para tranquilizarse en azul, dejando paso a la Luna amoratada y carmesí, como un sol apagado, que aún así calentó las lámparas del bosque. Y con un chasquido se prendió una, y otra, y otra. Todas las lámparas iluminaron tenuemente la noche con sus llamitas juguetonas, despertando de su letargo tras el intenso día. Entonces los juncos se estiraron y las estrellas suspiraron de alivio, relajándose. Los hados alzaron sus ojos lastimados y la tenue luz restauró sus quemadas pupilas: ya podía comenzar la noche. Así que Merlín dejó escapar un sonoro bostezo, y todos los juncos le dijeron adiós mientras se internaba en su casa de loza, donde se tumbó en su cama y se durmió.
domingo, 16 de septiembre de 2012

La tienda de los artilugios: 1


Entré por la puerta con un ruidillo de campanitas esperándome en el umbral. A pasos cortos me dirigí entre los pasillos de estanterías, hasta divisar el alto mostrador tras el cual estaba ella, observando su reino desde las alturas.
Llevaba el pelo azul, corto, cortito, ondeando a su alrededor. Su sonrisa se curvaba en su cara, a penas una línea fina y sonrosada. Las pecas rodeaban la baja cuenca de sus ojos. Los tenía grandes y ligeramente separados, dándole apariencia de pequeña alienígena… y azules, muy, muy azules. Esos ojos lo miraban todo. Escrutaban cada rincón de la habitación con movimientos rápidos y espasmódicos, ordenando mentalmente su inventario. Pero sólo sus ojos, lo cual resultaba un tanto inquietante a sabiendas de que el resto de su cuerpo estaba tranquilo y relajado.

Entonces su mirada se posó sobre la mía y noté un pequeño escalofrío. Su sonrisa se ensanchó.
- Bienvenido – me dijo inclinando ligeramente hacia un lado la cabeza – tenemos de todo. ¿Qué buscas? – me preguntó.
Desvié la mirada sobresaltado, era a ella a quién buscaba, pero claro, no le podía decir eso. Mi mirada trastabilló hasta el estante más cercano y me encontré de cara con un hurón disecado al que le brillaban sospechosamente los ojos. Los pies dieron un salto y mi corazón un vuelco.
- Jijiji – dejó escapar ella, sonriendo cantarina – no pareces estar muy al tanto de lo que vendemos. Negué con la cabeza avergonzado – Vamos a ver. Deja al hurón en paz o le pondrás nervioso.
Dirigí mi mirada hacia ella para no seguir mirando al extraño animal que comenzaba a expulsar volutas de humo de su cabeza. Con dos saltitos descendió desde su alto mostrador por dos escalones laterales, descubriéndome en realidad su estatura. Y aunque fuese mucho más alto que ella, me sentía desgarbado al lado de su fluidez confiada.

- Hmm – murmuró dando vueltas a mi alrededor mientras me miraba de arriba abajo – no buscas artículos de magia, ni tampoco hechizos simples – y dicho esto unos sencillos pergaminos de colores que habían estado inclinándose desde sus estantes volvieron a su sitio con un suspiro de decepción. Me dio tanta pena que me los habría comprado – no te dejes ablandar, no hace falta que adquieras algo que no necesitas – dijo ella adivinando mis pensamientos – tampoco buscas juegos de tecnología avanzada... la gameinglayer3200, que vuelva a su sitio, este cliente no es tuyo – espetó a algo que se movía entre las sombras a sus espaldas, mientras sus ojos temblaron ligeramente y su cuerpo seguía dando vueltas alrededor del mío. Mi mirada no podía apartarse del aparato que volvía cabizbajo a su sitio, casi como si tuviese los hombros caídos, de haberlos tenido. Un estrambótico bichejo de metal con todas las luces apagadas y las placas solares desenchufadas, llevaba tiempo queriendo ser comprado – ni ciencia avanzada, ni salud – dijo ella imperturbable, recorriendo con una de sus uñas mi espalda, mientras seguía dando vueltas lentas a mi alrededor. Se me puso el bello de punta – todas las constantes vitales normales, todos los reflejos activos, ninguna alteración genética previa, ninguna adaptación artificial ni extensiones tecnológicas. Ni una brizna de magia oscura. No estás perdido así que no necesitas mapas estelares. No buscas información, tampoco armas psudobiológicas. Eres un chico… de lo más normal. Ni si quiera parece que tengas aspiraciones a adquirir mis productos. Creo que lo mejor que te puedo vender… es comida – concluyó con una sonrisa amplia. Abrí los párpados mucho dejando escapar mi perplejidad. Mi estómago apoyó la moción con un sonoro gruñido que me tiñó las mejillas de roja vergüenza. Ella sonrió y varios objetos de la tienda crujieron divertidos. Incluso la gameinglayer3200 soltó un suspiro en su estante. Tres aspas pasaron volando curiosas por encima de nuestras cabezas mientras una pelota de colorines volaba en los márgenes de su sección.
- Vaya, parece que a mi tienda le gustas. Será porque eres genuino – sonrió – no sabes cómo me llamo ¿o sí?

Asentí: claro que lo sabía.
- Te llamas Mieru, se que en una de las variantes del japonés antigüo significaba mirada – ella parpadeó complacida, moviendo sus ojos claros alternativamente de mi ojo izquierdo a mi ojo derecho.
- Veo que estás informado – dijo asintiendo levemente – te mereces un pastel de aguacates blandos con ciruelas, y ¡oh! Quizás me queden especias de manila, le quedarán bien – dijo adaptando una actitud hiperactiva poco propia de la tranquila chica azul, mientras se movía entre los estantes recogiendo cosas sin sentido y yo la seguía detrás, aturdido. En esas estábamos, recorriendo unas estanterías abarrotadas de plumas que me hacían cosquillas intencionadas al pasar, y de haditas pequeñas de la electricidad, cuando sin previo aviso torció a la derecha, se subió de un par de saltitos detrás de su mostrador, y se internó en la trastienda. No supe muy bien si seguirla o no, hasta que su pelambrera azul volvió a emerger y sus ojos me buscaron interrogantes:
- ¿Es que no vienes?
No hizo falta más, desde luego.


Continuará, por supuesto, aunque no se muy bien como, ni si seré capaz de finalizarla...
viernes, 31 de agosto de 2012

Ansiedad

Arranca piel, arranca hasta que sangre. Cuanto más líquido rojo mana, más se calma tu sufridora alma. Los problemas se desvanecen, la mente se queda en blanco. Hasta que te miras las manos. ¿Qué has hecho? Ensangrentadas, doloridas, te piden a gritos mudos que pares. Pero no paras. Y un día te das cuenta de que has hecho cosas que no van a curarse con tiritas. Deja ya de comerte las uñas.

sábado, 25 de agosto de 2012

Los juegos del hambre


Llevo muy mal esto de dormir las horas correctas a la hora que toca cuando es verano. Sobre todo parece peor para mí este verano. Cada vez más tarde, más y más. Mi problema más reciente se llama “Los juegos del hambre”. Es el que ha conseguido que esta semana, en lugar de acostarme a las dos, que para mí ya viene siendo sinónimo de “hora aceptable” para irse a la cama, no me fuese a dormir hasta las muchísimas, hora en la que o terminaba el libro correspondiente, o me dormía con él en la mano.

Llevaba dos semanas casi sin salir por la noche, al menos el tiempo “suficiente” para que se considerase salir. Hace unos días, después de acabarme los dos primeros libros, uno en una noche, y otro en un día y otra noche, me arrastré fuera de mi casa con mis amigos de la universidad hasta una discoteca. Primero estuve hiperactiva, pero como me pasa siempre, me desinflé como un globo a la media hora. Dentro de la sala dominaba una música extraña (se llama reggae, ¿verdad?) combinada con techno… o dubstep, o lo que sea, llamadme inculta. Imposible bailarla, excepto para el resto de la discoteca, claro. Al final terminé con un amigo en su piscina mirando las estrellas, así que supongo que no resultó ser una noche tan mala.
El problema es que el desfase terminó conmigo de vuelta a mi casa en el último asiento de un 622, sentada de lado con la cabeza apoyada en el cristal y dejando que el sol me dejase cegata mientras amanecía lentamente a espaldas del autobus. Así que llegué a mi casa a las ocho, y me senté con mis padres a desayunar antes de que se fuesen al  trabajo, o a ver como desayunaban, porque mi estómago estaba más cerrado que una puerta a cal y canto. A la cama. Cometí el error de levantarme a la una y media en lugar de seguir durmiendo y ¡el fatídico error! de echarme después una siesta que debió durar desde las cinco hasta las ocho.

Así que, con todo el horario cambiado me tumbé en la cama para ¡sorpresa! descubrir que no podía dormirme. Me leí el último libro, lo devoré, me lo tragué, porque aunque ya llevaba unas buenas ciento y pico páginas, aún me quedaban otras doscientas y mucho. No terminé hasta las seis, con una sensación extraña en la boca del estómago, mitad hambre mitad emoción. Es gracioso terminar un libro perteneciente a la saga “Los juegos del hambre” con los espasmos de desnutrición en el cuerpo. Estuve abrazada al libro mientras miraba al techo, y mientras la gata, que no se en qué momento se había colado en mi habitación, se tumbaba ronroneando encima de mis piernas. Y aquí estoy ahora, sin saber qué hacer con la información que he sacado de los libros.

Ya había visto la primera película basada en ellos. Fui a verla con mi mejor amiga al cine, o con mi hermana, no me acuerdo. Y volví. Tres veces. He de confesar que a la cuarta no solo empiezas a juzgarte estúpida por derrochar dinero en el cine (ocho miserables euros), que por suerte no pagué yo dos de las cuatro veces, sino que la trama de la película empieza a resultar descolorida. Es una película magnífica (opinión mía) pero hay que dejarla reposar después de haberla visto, no vaya a ser que empieces a aburrirte. Y entonces, cuando Ana y Marta me dieron suficiente la tabarra, empecé los libros. Son la razón de mi desvelo. Hoy son las dos de la tarde, me he levantado a la una y media después del incesante pitido del whatssapp, pero aunque he contestado, ya ni me acuerdo de quién o qué me decían. Ana sigue durmiendo. Y yo me pregunto cómo es posible que se me haya terminado el libro. Cómo es posible que me haya acostado a las seis y media y me haya levantado ahora y ya no quede más que leer. ¿Qué se supone que debo hacer? Le he dedicado mi tiempo y mis horas de sueño a Katniss Everdeen durante casi una semana, y ahora no se como deshacerme de las ganas de revolución, de justicia, y el desagradable sentimiento de empatía que siento por el personaje principal. Es demasiado humana, demasiado lista, demasiado indecisa, ni si quiera sabe lo que siente y le ocurren tantas desgracias que también me resulta demasiado rota. A veces la odiaba mientras leía, a pesar de que sabía que era la personalidad más compleja, más bien definida y más humana de todo el libro. Otras veces debía perdonárselo a regañadientes porque resulta estúpido enfadarse con un personaje por no enamorarse de la persona correcta o por reaccionar agresiva y ser fría y calculadora cuando no le queda más remedio que serlo. Pero supongo que la odiaba porque me daba cuenta de lo que puede ser una persona bajo la presión de hechos que escapan a su control, la odiaba porque no podía parar de sufrir y siempre tenía que recuperarse para salir adelante. Y supongo que, cuando terminé el libro, me alegré de que hubiese acabado el sufrimiento y me fui a dormir.

Y hoy me he levantado pensando en lo poco y mucho que se parecen su mundo y el mío. Nuestra sociedad está hecha un asco, igual que la suya. Y si pretendía evadirme leyendo historias de ficción sólo he logrado pensar en lo mucho que me gustaría que cambiasen aquí las cosas, para poder preguntar cómo va el mundo y no deprimirme con la horrible sensación de que no puedo hacer nada. En lo triste que sería tener una Katniss Everdeen que luchase y lograse levantar a las multitudes y se quedase tan rota como mi protagonista después de lograrlo. En lo injusta que me parece su vida y en lo injusta que es la vida en general.

Y aquí estoy, con el horario cambiado, pensando en estupideces que no puedo arreglar, en que el final del libro es para algunos como un escaso premio de consolación y para mí es como un bálsamo dulce mejor que cualquier desenlace… en cuánto se parecen su mundo y el mío, en lo mucho que me parezco a ella a veces, y en lo poquísimo que nos parecemos en realidad. En el blanco de los ojos quizás. Pero está tan bien descrita, reacciona de forma tan humana, que no puedo evitar sentir, que todo el que la odie, como yo, es porque en realidad se parece un poco a ella. Es imposible no sentir empatía, y cuando se te acaban los libros, si no has sentido que algo se te acaba a ti también, por lo menos te habrás quedado con la experiencia más sangrienta, más injusta, más bella, más complicada y más entretenida que hayas leído en mucho tiempo.
viernes, 17 de agosto de 2012

Cultura, verborrea mental

Cuando eres pequeño y te llega el momento del por qué, tienes que ser meticuloso y preguntar todo lo que puedas acerca de las cosas que no entiendes. Tienes que aprovechar entonces porque es cuando se te perdona ser un inculto redomado que ha llegado al mundo sin saber nada de él. Pero no cuando te vas haciendo mayor, que es cuando te toca disimular tu incultura, porque incultos somos todos, y es el momento de recoger los conocimientos clandestinamente cuando crees que nadie te ve, para luego soltarlos como si formaran parte de la escritura de tu ADN, para poder sentirte orgulloso de poseer un conocimiento que muchas veces no te has labrado tú.
No me gusta este método porque me resulta engorroso tener que escarbar en internet y tirar de la Wikipedia cuando no entiendes algo, sobre todo si tienes que hacerlo en el preciso momento en que no entiendes ese algo porque si no luego se te olvida buscarlo. Es como tener que recurrir al diccionario cada vez que no comprendes una palabra que has leído en un libro. O tener una conversación sobre carandracas sin tener ni idea de que es una carandraca, y por ello, en vez de preguntar y salir de dudas, sonríes y asientes sin comprender nada. Y cuando llegas a tu casa te abalanzas sobre el buscador de internet avergonzado por tu poca cultura, solo para descubrir que carandracas no aparece en google y que nunca descubrirás que puñetas es una carandraca.
Yo prefiero el método rápido y sencillo. Preguntar. Y hago esto a riesgo de parecer una inútil porque siempre hay cosas que no entiendo en las conversaciones de las que soy partícipe. Pero claro, esto es, por otro lado, poco efectivo, cuando te hablan de algo con lo que no estás familiarizado y te lo explican solo una vez… y ¿qué pasa?, que se te olvida. Así llego yo otro día sin acordarme de qué-es-lo-que-hablé-con-Menganito-hace-como-dos-meses-y-medio, y vuelvo a preguntarlo. Pero como Menganito sí está familiarizado con el tema y se acuerda perfectamente de que la otra vez tú, que eres un inculto, le preguntaste por la cosa que sabe todo el mundo, resulta que se burla de tu falta de memoria y te lo vuelve a explicar. Vamos a ver señores. Estas cosas funcionan por repetición, y a mí me ha costado aprenderme en dos intentos (porque con las burlas de Menganito en este caso va la vencida a la segunda) lo que al susodicho amigo imaginario seguramente le habrá costado unas cuantas más. No es que él sea más listo, es que escarba información y se molesta en buscar las cosas que no entiende varias veces hasta que se le quedan, mientras que yo, tan orgullosa que estoy de ser franca cuando no entiendo de lo que me hablan, pregunto en lugar de hacer clandestina mi incultura.
Sería estupendo vivir inculto, siempre en tu burbuja, pero ese es un espejismo que hay que tratar de evitar, porque la cultura es una parte necesaria no solo para poder hablar en conversaciones medianamente inteligentes con descendientes de simios medianamente inteligentes, sino para moverte dentro de este mundo y de esta sociedad que te ha tocado vivir. Necesitas esa cultura para independizarte, o mejor dicho para no darle el coñazo a los pobres padres que se ocupan de ti y que no tienen la culpa de que tú quieras vivir sin saber nada del mundo.
Pero volvamos al tema y es que no veo nada malo en tratar de rellenar esa escasez de cultura preguntando, aunque ya no tengas la edad para hacerlo. “¡¿Cómo?! ¿Acaso es posible que no lo sepas?”. Bueno, mire, perdone usted, quizás no sepa cuales son las regiones de la Antártida pero le estoy dando a usted una muy buena oportunidad para describírmelas, alardear de sus conocimientos y a parte afianzarlos en ese cacho de cabeza hueca que tiene. Soy yo la inculta y la que le está pidiendo explicaciones, así que no me lo ponga más difícil y comparta conmigo de una vez sus extensísimos conocimientos, o déjeme en paz que no me da tanto apuro no saber las regiones de la Antártida.
Luego llega el que se cree todopoderoso. Una cosa es ser culto, y otra cosa muy distinta es ser sabio. Que porque sepas cosas increíbles sobre la humanidad y sus costumbres no eres mejor persona ni estás en posesión de la verdad. Pues la información no solo crea gente instruida, sino también presuntuosa. Gente que te habla con condescendencia (ni pajolera idea de lo que es ser condescendiente, pero sienta muy mal) con superioridad, y a la que, sobre todo, no le gusta nada ser contradicha, pues se siente muy cómoda con los conocimientos adquiridos y lo último que le apetece es cambiarlos.
Pero me estoy alargando demasiado, pues en definitiva no pretendía extender tanto mis malos humores hacia la gente que no comprende a los incultos (que tampoco hay por qué sentirse orgulloso de serlo, no debería ser ese el objetivo cuando hay tantas cosas en el mundo que merece la pena descubrir). Pero sobre todo no ya a la que no los comprende, sino a la que los desprecia. Ser culto, como ya he dicho, no te hace mejor persona, y no debería con ello ponderarse la simpatía con la que se trata a la gente. Empezando por el hecho de que culto no lo es nadie si no se mide en respecto a lo que saben los demás. Porque nadie (y repito NADIE) lo sabe todo acerca del mundo ni está en posesión de todas las verdades, empezando porque se volvería loco de remate. Así que nadie, ni el más culto de los sabios, debería sentirse avergonzado por preguntar que puñetas es una carandraca, aunque todos los demás lo supiesen. Porque creédme que mucho peor es irte a la cama sin saber lo que es una carandraca, que soportar las miradas de incredulidad y que te lo expliquen.
martes, 14 de agosto de 2012

Palabrotas

A veces es fácil cagarme en todo, a veces no hay palabras que basten para describir lo mucho que quiero cagarme en las cosas. Palabras bastas, palabras hermosas, de insulto fácil. Estas palabras que me llenan y desbordan, palabras a las que puedo acudir para que me resuelvan problemas. Pero no hoy, cuando me abandona mi propia lengua, cuando se me escapa la semántica, la sintáxis y por poco la ortografía. Cuando quisiera blasfemar en todos los idiomas y a mi boca no llega ni un triste taco. Hoy es el día de las palabras mudas, de los insultos corporales, de los aspavientos, de las tortas. Que me cosan a hostias sin soltar la más corta de las onomatopeyas, derribémonos a leches, insúltame de la manera más primitiva: con la palma abierta de tu mano. Y yo te la devolveré esperando paciente, para que regrese a mí la oratoria perdida y en vez de violencia física la próxima vez pueda simplemente arreglarlo con un: ¡imbécil!

Escalofríos

Rompe un huevo en mi cabeza. Noto bajar la yema y la clara, por mi nuca, mi cuello y mi espalda. Atraídas las hormigas trepan mi columna y la bajan después espantadas. Las pisadas de un elefante me torturan las costillas, aplastadas quedan las hormigas. A saltos llegan los murciélagos, sorbiendo la sangre de mis heridas. Se alejan cuando aparece la serpiente. Su piel lisa me da escalofríos en la espalda, noto su cercanía en mi cuello. Me da un apretón ligero, me deja marca. Contenta con mi miedo se retira la serpiente. Es el miedo el que atrae a los vampiros. Uno se para cerca, muy cerca de mí. Miro inmóvil la oscuridad de su sombra, proyectada en la pared. Juega a asustarme todavía más, caminando su mano sobre mi espalda. Se acerca, sus dientes se clavan. Dulce sangre alimenta su cuerpo, a tragos de garganta. Me deja débil y confusa. Cae la noche. En algún lugar lejano se abre una ventana. Me esperan en casa, pero no me puedo mover. Hace frío. Mucho frío.

Hacia el mar

Mis pies son ligeros, mi aliento de hierba, fresca mi sombra. Mi cuerpo transparente, con la mirada perdida, los pensamientos flotantes. La vida me persigue, pero no dejo que me alcance. Busco entre la lluvia olores imperceptibles, camino calle abajo, calle recta, hacia el mar si fuera posible. Empinada, tan empinada que terminaré tropezando y cayendo. Pero mis caídas son suaves y agradecidas. No noto la sangre que mana de mis heridas. Me levanto y continúo, mientras ellas cicatrizan. Alzo la mirada al cielo encapotado y las lágrimas de las nubes se cuelan en mis ojos, haciéndome parpadear sorprendida. Resuena un trueno, veo un relámpago, se pierde un rayo en la lejanía. Y yo camino, sin miedo a mojarme, mientras las demás almas se refugian en los portales, dejándome vía libre. La calle es ahora mía, igual que lo es el aguacero refrescante.
Vengo a comerme el mundo y a beberme el mar de un trago. Dejadme sola, dejadme libre, dadme la brisa y el viento, la lluvia y la tormenta. Dueña de mis impresiones, ama de mis acciones.
Calle abajo, calle recta, hacia el mar si fuera posible.
El agua me besa las mejillas y las sombras me contemplan escépticas desde sus refugios. Yo sonrío al aire líquido. Repican las gotas sobre el camino, mientras mi paso aletea cada vez más rápido. Me he vuelto a caer. La lluvia se mezcla con la vida que brota de la herida abierta en mi costado, reptando con ella calle abajo, tiñendo las piedras de rojo. Pero yo me levanto y sigo corriendo.
Calle abajo, calle recta, hacia el mar si fuera posible.

Bienvenido

No se como has llegado aquí, tampoco yo se como he llegado yo. Pero si no está lloviendo estés dónde estés, entra en rainymood.com antes de leer, antes de intentar descubrir de que mierdas disecadas va este blog. Si tienes cascos, póntelos. Si no te gusta la lluvia tenemos un problema... porque es mucho más fácil leer mis diarreas mentales cuando cae agua de fondo. Que tengas suerte, si es que te atreves a caminar por la jungla de mis desperdicios literarios.