martes, 14 de agosto de 2012

Hacia el mar

Mis pies son ligeros, mi aliento de hierba, fresca mi sombra. Mi cuerpo transparente, con la mirada perdida, los pensamientos flotantes. La vida me persigue, pero no dejo que me alcance. Busco entre la lluvia olores imperceptibles, camino calle abajo, calle recta, hacia el mar si fuera posible. Empinada, tan empinada que terminaré tropezando y cayendo. Pero mis caídas son suaves y agradecidas. No noto la sangre que mana de mis heridas. Me levanto y continúo, mientras ellas cicatrizan. Alzo la mirada al cielo encapotado y las lágrimas de las nubes se cuelan en mis ojos, haciéndome parpadear sorprendida. Resuena un trueno, veo un relámpago, se pierde un rayo en la lejanía. Y yo camino, sin miedo a mojarme, mientras las demás almas se refugian en los portales, dejándome vía libre. La calle es ahora mía, igual que lo es el aguacero refrescante.
Vengo a comerme el mundo y a beberme el mar de un trago. Dejadme sola, dejadme libre, dadme la brisa y el viento, la lluvia y la tormenta. Dueña de mis impresiones, ama de mis acciones.
Calle abajo, calle recta, hacia el mar si fuera posible.
El agua me besa las mejillas y las sombras me contemplan escépticas desde sus refugios. Yo sonrío al aire líquido. Repican las gotas sobre el camino, mientras mi paso aletea cada vez más rápido. Me he vuelto a caer. La lluvia se mezcla con la vida que brota de la herida abierta en mi costado, reptando con ella calle abajo, tiñendo las piedras de rojo. Pero yo me levanto y sigo corriendo.
Calle abajo, calle recta, hacia el mar si fuera posible.

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