domingo, 28 de febrero de 2016

Marcando el ritmo

Bailar hasta que los pies te duelan. Lo tranquilo y lo grave, lo alto, lo agudo, lo blanco y hermoso, del cielo, nublado, largo, sedoso, que sube y que baja, de un lado hacia el otro. Buscando entradas, con movimientos, amplios y lentos, ora vistosos, de ardor sinuosos. Sube el volumen, aumenta la hormona, inyecta alegría en tu cerebro de goma. Se expande, se achica, se mueve y se agita. Queriendo insertarse con su armonía, en una tristeza que ya no camina. Y rebrotan las flores felices henchidas, de ojos coquetos, de fácil sonrisa, de cortas premisas, conclusiones concisas. La felicidad ¡jamás tuvo prisa!. Llega la música y te resucita. Resuenan trombas, con aires de circo, acordes, guitarras, que bailan al ritmo. Violines y banjos, trompetas, trombones, acordeón delicado, fragor de saxofones, un par de cornetas y larga la vida a la gran silueta de la percusión, que llega a la meta, retumbando, de todo, menos discreta.
Acaba el sonido pero sigue la fiesta, la noche es larga y a todo se presta. Sales, caminas, te clavas espinas, te ríes, las quitas, vuelves y vomitas, palabras bonitas: a la Luna bella que ilumina la acera; a unas gotas de lluvia que calan entera tu hermosa pechera; al paraguas bendito; al recuerdo del mito; a las notas traviesas, que vuelven contigo, para zanjar la espera, de bruscas maneras, y llevarse consigo el silencio prohibido.
Y entrar corriendo, gritando, aplaudiendo, silbando, el aire animando con frases de aliento. Todos en posición, público ansioso, y ellos empiezan, algo escrupulosos. Una sola nota, que se modula, luego una flauta, que llega oportuna. Y flautines, pianos, violines y violas, suaves cantantes, sutiles clarines, estilo definen, delicias entonan. Sube el volumen y un contrabajo, trombones, tambores, timbales y platos. Platillos, pedales, cencerros, cimbales. Los músicos tronan como animales, ya casi cañones, están que se salen. Pitan tus oídos. Agenciarse tapones, o ir pensando en un buen sonotone. Pero que no paren, que sigan, que sigan. Tocando y tronando, al espacio aullando y respeto sembrando. El de su público, que se lo merecen, lo merecen tanto, orquestas queridas plagadas de encanto, que si quedara, sin oído nuestra vida, recordando estaríamos vuestra maestría, el último y corto, de los más largos días. Ellos siguen y sieguen, entre bambalinas, se turnan, se cambian, se ríen, se animan. Llegan hasta arriba, a sus celestiales y merecidos pedestales, y sin pretensiones, vuelven y bajan, creyéndo que son simples mortales. Aplausos y aplausos. Sonríen y hacen reverencias, mientras les gritamos nuestras últimas gracias, se retiran despacio entre alabanzas. Buenas noches, el baile termina, volveremos a veros otro gran día. A soñar nos vamos con maravillas, las de vuestros instrumentos: su melodiosa risa. ¡Largas y plenas sean vuestras vidas!


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