Entonces tomó las hierbas que le ofrecían. Sabían amargas y
dulces, y después picaban. Era un sabor tan desconcertante que resultaba
indescriptible. Al poco tiempo se hicieron presentes los efectos secundarios, y
el cosquilleo de la anestesia recorrió todo su cuerpo. Y dijo las palabras
malditas, las palabras sin retorno, y se selló un juramento en su corazón y
frente a todas las personas que eran testigos. “¡Yo nunca seré madre, nunca me
casaré y nunca sentiré amor hacia ningún hombre!”. Todos la aclamaron con
aullidos y aplausos, se cerró el círculo de las venganzas y murió por fin el
atardecer. Esa noche la iniciada no pudo dormir, y ninguna otra. Cuidado con lo
que juras.
0 comentarios:
Publicar un comentario